miércoles, 26 de mayo de 2010

Barroco nuestro

Nos disponemos a empezar un recorrido por la literatura barroca, y me gustaría que antes de todo mirásemos a nuestro alrededor para conocer algunos aspectos sobre el Barroco. Este estilo artístico se desarrolló durante el siglo XVII y gran parte del XVIII pero algunas de sus principales características cuajaron de tal modo en nuestra tierra que siguen presentes. Nos vamos a centrar en cuatro de ellas: la exhuberancia, los contrastes, las apariencias, y el teatro.

El Barroco es exhuberancia, el artista crea su obra recargándola al máximo; después del equilibrio y la sencillez del Renacimiento el Barroco busca complicarlo todo, hacerlo más llamativo y vistoso. ¿Dónde podemos percibirlo? Pensemos por ejemplo en nuestra Semana Santa, en los pasos que procesionan en esos días: los respiraderos, los palios y bambalinas, los candelabros, los mantos y faldones, los adornos florales, son todos elementos que buscan la complejidad: cuánto más decorados están más se valora y aprecia su riqueza artística y estética. No sólo las manifestaciones religiosas están impregnadas de elementos barrocos. Vayámonos a las ferias y fiestas que celebramos en nuestros pueblos; engalanamos las casetas con encajes y más encajes sobre los que se colocan todo tipo de adornos buscando de nuevo lo complejo y recargado; los típicos vestidos de flamenca aglutinan formas que se retuercen y colores que se entremezclan. Y qué decir de la fiesta taurina, barroca en cada detalle, desde los trajes a los cosos taurinos.

El Barroco fue también arte de contrastes y opuestos, quizás porque el siglo XVII se debatía entre los movimientos de avance y apertura, iniciados en el Renacimiento, y las doctrinas favorables a mantener las ideas tradicionales. ¿Acaso no es la nuestra una tierra de grandes contrastes? La alegría del carnaval da paso a la solemnidad y el recogimiento con el que preparamos los cultos cuaresmales, y vuelve después en ferias y verbenas; la propia Semana Santa mezcla en calles cercanas hermandades de negro y silencio con otras en las que la música y el jaleo son parte de su esencia; Triana y Macarena, ¿Betis ó Sevilla? En verano el sol y el calor nos empujan al frescor del agua del mar, disfrutamos con una cocina fresca y ligera, a base de gazpacho, aliños y pescaíto frito; en otoño buscamos los pueblos de las sierras, nos adentramos en sus bosques dorados y cobrizos y preferimos una gastronomía con guisos y carnes. ¿Chacina ó marisco?, ¿vino ó cerveza? Son sólo algunos ejemplos de las diferencias que nos acompañan en nuestra vida diaria.

En el siglo XVII el concepto de apariencia tiene gran relevancia social y cultural: no era tan importante qué era algo, quién era alguien, sino lo que aparentaban ser. Era una época de crisis económica, política, a nivel de valores, y la gente se negaba a aceptar la realidad; fingía que las cosas marchaban bien cuidando mucho su imagen. Recordad, por ejemplo, cómo a mediados del siglo XVI los amos de Lázaro de Tormes quieren aparentar una situación muy distinta a la que viven. ¿Pensáis que hoy día vivimos un momento y en un lugar en que las apariencias son importantes? ¿La sociedad actual, tan preocupada por la imagen y el poder, y las costumbres de nuestra tierra, tan dadas a etiquetar a las personas por su apariencia, nos permiten ser y mostrarnos como realmente somos ó nos llevan a aparentar algo diferente? Son preguntas que invitan a la reflexión y el debate, y que nos presentan una semejanza más con el Barroco.

¿Y qué decir del teatro? El siglo XVII marcó el éxito definitivo de este género literario, con grandes autores y obras. Y el teatro, está en la esencia misma de nuestro modo de vivir. Ya sea, por ejemplo, la forma de manifestar nuestra religiosidad, ya sea la manera de celebrar nuestras fiestas, siempre hay una serie de aspectos que las convierten en auténticos espectáculos de cara al exterior: hay ropas y comidas especiales, música y bailes tradicionales, ceremonias y actos concretos. Un desfile procesional en Semana Santa, las romerías campestres, las fiestas de la vendimia y patronales, las ferias de los pueblos, todos son acontecimientos que parecen escenarios teatrales en los que se muestra nuestra forma de entender la vida.

Exhuberancia, contrastes, apariencias, teatro, cuatro aspectos importantes del estilo artístico barroco que también sirven para describir cómo vivimos en esta zona de Andalucía.

martes, 4 de mayo de 2010

Mis finales de Copa de Europa, 1981-1986


El próximo sábado 22 de Mayo se juega la final de la Champions League en el estadio Santiago Bernabéu, en Madrid. La juegan dos equipos históricos, el Bayern de Munich y el Inter de Milán. Soy un gran aficionado al deporte y si tuviera que elegir mi competición deportiva favorita, sería precisamente la Champions, antes llamada Copa de Europa. Me ha gustado desde muy joven, y siempre he intentado seguir la final en el mes de mayo. La primera final de la que me acuerdo es la de 1981. En aquella época mi padre solía comprar el periódico los domingos; el domingo previo a la final la revista Blanco y Negro de ABC publicaba un reportaje sobre los equipos que la iban a jugar, el Liverpool y el Real Madrid. Se disputaba en el Parque de los Príncipes, en París, y mi único recuerdo es ojear la revista. No vi el partido, y me enteré del resultado meses después: el equipo inglés se impuso 1-0.

La primera final que vi fue la del año siguiente, entre el Aston Villa inglés y el Bayern de Munich alemán. Ese año yo cursaba 8º de EGB y nos encontrábamos de excursión en Madrid cuando se jugó la final. Días antes a nuestra llegada se había inaugurado el primer McDonald´s de España, y estaba muy cerca de la céntrica pensión en la que nos alojaríamos. Una vez en Madrid pasábamos por la puerta de la hamburguesería varias veces al día y nos quedábamos mirando, pero nosotr@s almorzábamos y cenábamos en la pensión, eso de comer hamburguesas era algo todavía inhabitual y extraño. Precisamente durante una de las cenas pusieron en la tele la final de la Copa de Europa. Tod@s en el comedor queríamos que ganara el Bayern de Munich ya que era un equipo que nos sonaba desde niñ@s; en cambio, ni siquiera sabíamos de qué país era el Aston Villa. Tomando la sopa de fideos y los filetes empanados con patatas vimos cómo el equipo inglés se imponía por 1-0. Tres días después dejamos Madrid y pasaron algunos años antes de tomar una hamburguesa en un McDonald´s.

En 1983 los finalistas fueron la Juventus y el Hamburgo. Entonces yo estudiaba 1º de BUP en Morón de la Frontera, y al día siguiente tenía un examen de Música con Angustias, una profesora mayor, muy agradable y paciente con l@s alumn@s. Al salir del instituto apostábamos cuántos goles marcaría la Juve esa tarde. Tenía entonces un equipo de ensueño, con varios jugadores que habían sido campeones del mundo con Italia el verano anterior, y con Platini y Boniek como extranjeros. Y sin embargo ganó el Hamburgo con un gol de Magath al principio del partido. No recuerdo cómo me salió el examen de Música, pero sí las caras de mis compañer@s al comentar el partido la mañana siguiente.

La final de 1984, celebrada en el Estadio Olímpico de Roma, la disputaron la propia Roma y el Liverpool. En la Roma destacaban Falcao y Conti, en el Liverpool, un espigado galés que no se cansaba de marcar goles, Ian Rush. El partido y la prórroga terminaron con empate a uno. Por primera vez el campeón se decidiría en la tanda de penalties. Ganaron los ingleses, y recuerdo al peculiar portero inglés, Bruce Grobbelaar, contoneándose para distraer y poner nerviosos a los jugadores italianos. Un año después la final volvió a enfrentar al Liverpool con otro equipo italiano, la Juventus. Se jugó en el estadio Heysel, en Bruselas, y antes del partido se produjeron unos tristes hechos que acabaron con la vida de varios seguidores de la Juve. El partido lo ganó el equipo italiano con un gol de penalty de Platini, tras pitarlo el árbitro por una falta cometida sobre Boniek claramente fuera del área. El Liverpool perdió mucho más que esa final, ya que fue duramente castigado por los incidentes previos al partido y estuvo varios años sin jugar competiciones europeas. Ha pasado mucho tiempo pero sigo sin comprender por qué se jugó aquel partido y por qué fueron castigados dentro y fuera del rectángulo de juego unos jugadores que no tenían culpa por lo sucedido. Supongo que fue también la respuesta de un organismo europeo, la UEFA, hacia un país, el Reino Unido, que no terminaba de apostar con claridad por todo lo que significaba la Comunidad Económica Europea frente a Estados Unidos.

La final de 1986 supuso mi primer gran disgusto europeo. La disputaron el Barcelona y el Steaua de Bucarest en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán, en Sevilla, y finalizó con la victoria del equipo rumano en la tanda de penalties. Ninguno de los dos equipos fue capaz de marcar un gol durante el tiempo reglamentario, incluida la prórroga. El portero del Barça, Urruticoechea, detuvo dos penalties, pero sus compañeros no consiguieron marcar ni siquiera uno. Aquel equipo blaugrana estaba dirigido por un entrenador muy carismático, el inglés Terry Venables, y entre sus jugadores destacaba el alemán Bern Schuster. En aquella época Europa estaba todavía dividida en dos bloques, los países capitalistas de la parte occidental y los países con regímenes comunistas de la zona oriental. Por eso la final de ese año fue algo más que un partido de fútbol, supuso el enfrentamiento de los dos tipos de sociedades que convivían en nuestro continente. Ganó la segunda, la que daba síntomas de estar viviendo sus últimos años y que pedía a gritos un cambio. La victoria del Steaua supuso una alegría pasajera para Rumanía, un país que, como el resto de los que formaban el bloque oriental, se derrumbaba en pedazos. Pasarían algo más de tres años para que la caída del muro de Berlín en octubre de 1989 marcase el inicio de una nueva etapa en la historia. El Barça tendría que esperar algo más para conseguir su primera Copa de Europa, hasta el mes de mayo de 1992 en el mítico estadio de Wembley. Pero eso será materia de un próximo capítulo.