Se acercan las fiestas navideñas y en click2words nos disponemos a prepararlas contando breves narraciones ambientadas en esta época del año tan entrañable. Ya lo hicimos el año pasado y cuánto disfrutamos con los relatos tan bonitos que crearon l@s alumn@s que ahora están en 4º de ESO. Como entonces, también en esta edición yo os dejaré mi pequeña gran historia: grande no por sus palabras o imágenes, sino porque me gustaría que fuese un cariñoso homenaje a una de las personas que conozco que más y mejor honran el espíritu de la Navidad, mi padre. No olvidéis que esperamos deseosos muchos comentarios, esta vez en forma de recuerdos de vuestras vivencias navideñas.
El día antes de Nochebuena
Mi padre ha sido recovero, bueno, sería más apropiado decir, lo es todavía: más que una profesión, es una manera de ser que te acompaña mientras vives, que habita en ti y en las almas de todos con los que la has compartido. Como buen recovero, a medida que noviembre avanzaba, mi padre iba reservando entre sus clientes del campo pavos y pavas, para después llevarlos a muchas familias en los pueblos. Bueno, llevarlos, matarlos, y en ocasiones, incluso pelarlos: eso sí que era servicio integral a domicilio.
Nunca olvidaré una mañana, el día antes de Nochebuena, que pasé repartiendo pavos con mi padre. Tendría yo entonces doce años y era mi primer día de vacaciones. Nos levantamos temprano, fuimos a la cochera donde los tenía; los cogíamos por las patas y los íbamos metiendo en el Land Rover -el coche de mi padre siempre ha sido un Land Rover: no podía ser de otro modo, teniéndolo que cargar con ropa de todo tipo, huevos, verduras, hortalizas, ... y pavos para Navidad-. Y una vez lleno, a llevarlos a las casas. Después de dos o tres horas intensas era el momento de lavar bien el coche, había que dejarlo como nuevo para ir a Sevilla por la tarde.
Aparcamos en el solar que había en una de las esquinas de la Plaza de la Encarnación. En los almacenes de la calle Puente y Pellón recogimos todos los encargos que mi padre empezaría a dejar por los campos tras el día de Navidad. Volvimos al coche con varios paquetes y bolsas, los metimos dentro y cuando me disponía a subir mi padre me dijo que todavía no habíamos terminado. El cielo estaba muy nublado por lo que parecía más tarde aún: ¿a qué hora llegaríamos a casa?, pensé yo. Y entonces mi padre me llevó a la calle Regina, repleta de pequeños comercios de cuyos escaparates salían luces tenues y hogareñas, como las de las tiendas y negocios que describe Dickens en su inolvidable Canción de Navidad. Entramos en varios de ellos y nos aprovisionamos de nueces, higos secos, almendras, dulces, y otros manjares propios de las fiestas. ¡Qué bonito estaba el barrio cuando de vuelta al coche ya había anochecido y el alumbrado brillaba en las alturas!, ¡qué feliz me sentía al lado de mi padre paseando por la Navidad!
Siendo ya adulto viví en aquella zona de Sevilla durante cuatro años, por lo que anduve muchísimas veces por la calle Regina, y cada una de ellas, en la calidez del invierno o en los aromas de la primavera, sentí muy vivo el recuerdo de aquel lejano día antes de Nochebuena en compañía de mi padre.